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Galapagar - Información de tu ciudad Rutas por la Sierra de Madrid Rutas por la Sierra de Madrid

La senda ecológica de Canencia

Senda Canencia

Datos

Tipo de ruta: Circular.

Dificultad: Baja.

Longitud: 6 kilómetros.

Duración aproximada: 3 horas y 15 minutos.

Desnivel: 1.524 - 1.590 metros.

Descripción

No es posible acceder en transporte público a la ruta, sino que se debe hacer en vehículo privado. La ruta discurre por la umbría del puerto de Canencia, uno de los lugares donde mejor se han conservado especies vegetales en nuestra Sierra. En la ruta se pueden apreciar importantes formaciones de tejos, acebos, abedules, álamos temblones, robles y pinos silvestres. La mayoría son especies protegidas, así que no debemos arrancar ni ramas, ni hojas, ni frutos. También se llega a la cascada del arroyo del Sestil, uno de los mejores saltos de agua de la Comunidad. Se visita el Centro de Educación Ambiental "El Hornillo" (tel.: 609 250 135), donde pueden dar más información de esta ruta y otras que se hacen por los alrededores. La mejor época es el otoño, pues se juntan la abundancia de agua con la variedad cromática de las hojas y los frutos de acebos y tejos. Primavera también es recomendable, sobre todo en época de deshielo.

Valores Naturales: Especies forestales protegidas, bosque oromediterráneo y relicto de épocas pasadas más húmedas, chorrera de Mojonavalle.


Descripción detallada

El inicio de la ruta es el mismo puerto de Canencia (0), situado a 56 Km al norte de Madrid, a 7 de Miraflores de la Sierra y a 9 km. del pueblo que le da nombre. Es un puerto de mediana altitud, 1.524 m. sobre el nivel del mar, que lo diferencia de otros (Morcuera, Navacerrada,...) por tener abundante vegetación arbórea, pues sus vientos y temperaturas son menos rigurosos. También es un puerto abierto, con amplias zonas para áreas recreativas, sitios para barbacoas portátiles, fuentes, pero con el hándicap de no disponer de transporte público para acceder a él.
Lo más destacado de esta ruta va a ser la gran variedad de vegetación que se conserva, no sólo de especies introducidas por el ser humano, sino restos de vegetación relicta, es decir, que no se corresponde con las condiciones climáticas actuales, y sí a épocas pasadas, más húmedas y frías. Un hecho similar pasa en el hayedo de Montejo de la Sierra, tan conocido, y en la Dehesa de Somosierra. En este caso, tan cercano a Madrid, en la ladera de umbría, nos vamos a encontrar especies tan escasas como acebos, tejos, álamos temblones, abedules, en medio de un gran pinar de repoblación, pero que nos permite conocer cómo era la vegetación autóctona de la zona.

La ruta parte hacia el oeste por la ancha y bien apelmazada pista forestal y que coincide con un tramo del GR 10. Ya en el mismo puerto vemos dos arbolitos de unos cuatro metros y con un color verde oscuro, muy oscuro: son dos tejos. Luego veremos más y más grandes. Dejamos una fuente a la derecha, con una zona de bancos, toda ella en piedra berroqueña granítica. Esta primera parte, en las cercanías del puerto, será toda granítica; más hacia el oeste, aparecerán los gneises.

Esta parte de la Sierra había sido deforestada durante siglos y entre finales del siglo XIX e inicios del pasado se repobló con pinos silvestres o de Valsaín. Ésta es una especie de rápido crecimiento y que tiene muy buenos ejemplares en este puerto. Se le distingue por el color de la corteza de su tronco, gris en la parte inferior, y asalmonada en las partes más altas, se suele desprender en escamas, sus piñas son bastante pequeñas y sus hojas peremnes y aciculares.

Llegamos, a los pocos metros de ascenso, a una valla verde que impide el paso a los vehículos y que podemos pasar por una puerta por el lateral izquierdo. A partir de ahora nos sumergimos en un inmenso bosque de pinos, donde van a destacar las rocas. Bolos graníticos nos van a aparecer en la ladera, a ambos lados del camino.

A mano derecha vemos que el desnivel poco a poco nos va a separar de la carretera, que baja hacia el pueblo de Canencia. En este mismo lateral, a pocos metros del camino, una torre de granito nos llamará la atención, es una forma característica del modelado en granitos, el tor o torre, del cual se diferencian los bloques separados por las líneas de debilidad o diaclasas, que le dan aspecto de grandes sillares.

Por el camino, y entre los pinos que cubren las laderas, nos aparecen algunos arbolillos, de tronco blanquecino, y que más adelante se nos harán más familiares, los abedules.
A mano derecha otra vez, e indicado en el camino, se ha rehabilitado una choza pastoril, construido con roca granítica y ramas en el techo y forma circular.

Llegamos a una curva en la carretera, donde está ubicado el ¿Mirador del Norte¿ (1) (750 metros y 15 minutos). Es un cortafuegos que permite ver las laderas de los Montes Carpetanos y el valle del Lozoya, que es la vaguada profunda que se ve a una distancia lejana. Por debajo del mirador vemos el profundo barranco que se abre a nuestros pies.

Diez metros más adelante vamos a dejar el cómodo camino de la pista forestal y vamos a descender por la derecha para sumergirnos en el bosque. Bajamos unos escalones de piedra y entramos en una profunda umbría, con un ambiente mucho más fresco del que traíamos. Las rocas que nos van a quedar a nuestra izquierda aparecen cubiertas de varias clases de musgos, y el suelo, si lo golpeamos con la suela de nuestro calzado observamos que resuena y que se ha generado suelo fértil, rico en humus, aunque ácido, y donde va a crecer una importante vegetación arbórea y arbustiva. Enseguida nos vamos a encontrar con numerosos arbustos, de una altura de unos dos metros, con muchas ramillas, y que conforma el sotobosque de este pinar: son brezos, que crecen en las zonas más húmedas, incluso en rocas y piedras, junto con otro arbusto con hojas en forma de acícula como los pinos, pero más corta y más clara, con el envés blanquecino, el enebro. Ambos nos informan de la humedad resistente.

La senda va descendiendo entre el curso de alguna arroyada difusa, que limpia de hojarasca el bosque y deja al descubierto las piedras. Se gira a la derecha y un poco más adelante en un zigzag a la izquierda. De repente, tras pasar la curva, un árbol muy oscuro al borde del camino nos va a llamar la atención; es un tejo, un árbol cercano a las coníferas, con forma cónica. Sus hojas son muy oscuras y destaca por un fruto de color rojo-anaranjado que le crecerá en otoño. En el mundo celta era un árbol sagrado, que representaba el mundo de los muertos (similar al ciprés en la cultura mediterránea). Hoy en día aún existen muchos tejos plantados en Asturias en las cercanías de las iglesias. Es un árbol muy venenoso, posee alcaloides que pueden provocar la muerte. La única parte no venenosa es el fruto. Su madera ha sido utilizada a lo largo del tiempo y así, en la Edad Media, era apreciada por fabricar con ella los mejores arcos.

Una vez que hemos conocido este árbol, si observamos por toda la ladera, veremos más ejemplares aislados. Con esta mirada también nos habrá llamado la atención otro arbolillo, esta vez con multitud de troncos, con forma de arbusto y con hojas en forma de lanza, con púas y muy brillantes. Es el acebo. Luego, más adelante, aparecerán ejemplares con más porte.

La ruta sigue en descenso, recta, entre los pinos, acebos y tejos, hasta llegar a un claro en el bosque (3) (1.400 m. y 40 minutos). Aquí vemos cómo ese claro continua en línea recta por toda la ladera, es uno de los cortafuegos que dominan la Sierra. En este lugar, al haber más insolación, la vegetación varía, los árboles han desaparecido y el sotobosque se nos presenta con multitud de escobas negras, típico arbusto de tallos siempre verdes y flores amarillas de mal olor.

Atravesamos el cortafuegos y la pista se hace mucho más amplia. Aparecen multitud de robles melojos o rebollos. Éste es, mejor dicho, era, el árbol dominante en esta parte de la Sierra. La vegetación se superpone en pisos según la altitud, pues cada especie se adapta a unas condiciones climáticas específicas. En nuestra Sierra, la parte más baja, hasta aproximadamente los 1.200 metros de altitud, lo ocupa el encinar; por encima de este piso aparece el del robledal hasta los 1.600 metros; más por encima el pinar, y en las partes más altas, donde las bajas temperaturas y el viento no permiten crecer a los árboles, lo ocupa el matorral de cumbres. Estamos, según esta disposición, en el piso del robledal, de un roble con escaso porte si se le compara con los robles atlánticos, pero que se adapta al clima extremo del interior peninsular. Se distingue del resto por las hendiduras de sus hojas, mucho más pronunciadas y que llegan hasta el nervio central. Es un árbol de hoja marcescente, es decir, su hoja cae, pero no hasta que le empieza a brotar otra a finales de invierno, manteniéndose secas con el típico color ocre.

Continuando por el camino llegamos a un cruce (4) (1.600 metros y 50 minutos). Si seguimos de frente llegaremos al arroyo del sestil de Maíllo, que en época de aguas altas no se puede cruzar; a la izquierda iremos hacia la cascada del arroyo, y a la derecha nos sumergiremos en lo más profundo del bosque. Tomamos esta opción y vemos que, tras pasar por el cortafuegos anterior, por este camino la humedad aumenta y nos vamos a encontrar acebos a ambos lados del camino, sobre todo a la izquierda, formando densos rodales.

Los acebos han crecido desde la base con ramas, eso quiere decir que no han sido cortados. Este pequeño arbolillo, de 3 o 4 metros de altura ha sufrido una gran merma de ejemplares, pues es el famoso ¿adorno navideño¿. Afortunadamente la Comunidad de Madrid lo introdujo en el Catálogo de Especies Protegidas en el año 1983. Los acebos presentan unas características hojas brillantes, muy espinosas las jóvenes, que crecen en la parte inferior del árbol y sirve de defensa ante los animales; en cambio, las superiores son mucho más redondeadas. Sus frutos son las típicas bayas rojas que conocemos por la Navidad. Era también un árbol sagrado en la Antigüedad, pues se le consideraba protector y capaz de atraer a la suerte. En esta parte del bosque abundan los acebos, formando bosquetes que sirven de protección y alimento a la fauna. (5) (2.200 metros y 1 hora y 10 minutos).

Seguimos el camino, e incluso deberemos de agacharnos, pues los acebos tapan el camino con sus ramas colgando por encima de él. Continuamos el descenso, con más acebos a ambos lados del camino, y, tras descender un tramo un poco más pronunciado, llegamos a una pequeña tejeda en medio del pinar. Aquí es donde más tejos hay, formando amplios rodales. Seguimos por la pista, que describe un giro a la derecha y llegamos a la carretera que desciende hasta Canencia, un lugar bastante húmedo con acebos, tejos, fresnos y bastantes abedules a ambos lados de la carretera, que le dan un aspecto amarillento en pleno otoño (6) (2.400 metros y 1 hora y 20 minutos).

Giramos sobre nuestros pasos y empezamos a ascender, aunque en ningún momento es muy dura la cuesta. Nos despedimos de este espectacular bosque de acebos y tejos.

Tras pasar por el cortafuegos anterior llegamos al cruce de caminos anteriormente descrito (7) (3.400 metros y 1 hora y 45 minutos). A la derecha, el camino bajará al arroyo. Tomamos ahora el camino de enfrente. En esta parte por donde continuamos es donde más robles se conservan, algunos de gran porte. Un poco más adelante nos va a llamar la atención un enorme pino, de más de 100 años, que se yergue espectacular en la parte derecha del camino, a media ladera. Sus ramas abarcan varias decenas de metros, y su tamaño y su tronco son sensacionales. La causa de este desarrollo es la falta de competencia que ha tenido a su alrededor para expandirse.

Poco a poco el rumor del agua se hace más frecuente y llegamos a un arroyo pequeño, el de la Casita (8) (3.800 metros y 2 horas), que cruzamos por unas losas de piedra bien puestas. Aquí nos vamos a encontrar, a lo largo de todo el recorrido del arroyo y gracias a la humedad, con un bosquete de ribera de abedules.
Los abedules son otra especie relicta en esta zona. Se les reconoce fácilmente por su corteza blanca y las grietas horizontales grises del tronco. Las hojas son de color verde oscuro, que en otoño se vuelven de un amarillo brillante. Estos árboles nos indican como las condiciones climáticas han variado, pues abundaban aquí cuando el clima era más húmedo y frío que en la actualidad. Han ido desapareciendo, tanto por causas naturales (mayor sequedad y calor), como por las acciones humanas, y han quedado relegados a zonas húmedas y vaguadas de la Sierra.
Proseguimos la ruta y llegamos a la Chorrera de Mojonavalle (9) (4.400 metros y 2 horas y 15 minutos), uno de los enclaves naturales más maravillosos y desconocidos de Madrid. Es una cascada de unos 30 o 40 metros donde se despeña por el gneis el arroyo del Sestil de Maíllo. Se forman algunas pozas y encharcamientos, y en mitad del cauce vamos a ver dos grandes árboles, uno es un abedul; el otro, más grande aún y con forma de orquilla es un álamo temblón, un árbol de hojas caducas, que cuando sopla una brizna de aire se mueven agitadamente, y de ahí le viene el nombre de ¿temblón?. Junto a ellos, brezos y escaramujos nos hablan de una gran humedad ambiental. El lugar invita al descanso y a la contemplación. Se ha acondicionado un mirador para observar mejor la cascada, que en época de lluvias y en el deshielo va llena de agua.

En el lugar donde se halla la cascada, la ruta da un giro a la izquierda y remontamos lo que queda de cuesta, en un repecho de 700 metros entre grandes pinos y melojos hasta llegar a una pradera con una edificación. Atravesamos la cerca y llegamos a la casa (10) (4.800 metros y 2 horas y 45 minutos), que cuenta con unos comedores techados, al aire libre. Esta es la Casa de El Hornillo, un centro de educación ambiental de la Consejería de Medio Ambiente, con información de rutas por la zona, actividades, aulas de educación ambiental y alojamiento para grupos que desarrollen estas actividades.

Tras una trepada de 10 metros llegamos a la pista forestal que tomamos en un principio. A la derecha tendremos la fuente de El Hornillo y la pista seguiría hasta La Morcuera; pero la ruta que tomaremos es hacia la izquierda, regresando por la pista hasta el punto de partida.
Unos metros más abajo, siempre descendiendo por la pista, encontraremos unos grandes abetos de Douglas a mano izquierda. Su color es más oscuro y verde que los pinos y fáciles de reconocer. Seguimos bajando suavemente, pasamos por donde empezamos a descender hacia el interior del bosque (11) (5.200 metros y 3 horas), por el chozo pastoril, la verja verde y desembocamos por fin en el punto de partida, el puerto de Canencia (12) (6.000 metros y 3 horas y 15 minutos).
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